lunes, 19 de junio de 2017

La noche del nadador


De la noche el nadador vuelve a la nada.
Sobre los eucaliptos la luna lo miró;
no salen de la infancia los curiosos.
Y allá, en la lejanía, altas torres eléctricas
eran buenos gigantes, sajones entre olivos.
El nadados ha sido famoso un día aquí,
en la piscina donde tuvo amores
y amigos que venían a sus fiestas.
En el atardecer, el incendio del agua
como la vida misma era un engaño,
igual de hermoso. El nadador espera.
La noche es su verdad.
Pues ahora es mayor, nada solo de noche,
y a veces oye un búho y es el ritmo del cielo,
el palpitar de las estrellas puras
lo que rompen sus brazos en líquido.
Cuando descansa suele
sentarse en los peldaños, donde puede mirar
el rielar de la luna sobre el agua tranquila.
He aquí su reino.
Nadará una noche y otra noche
y de día será
el que espera la noche de las aguas,
el turbio nacimiento hacia otra gloria.
Ya casi no recuerda.
el cuerpo tan ligero que dividía el sol
cuando él se lanzaba desde su trampolín,
una Roma en el viento.
Oh mañanas del mundo, en cuyo cielo
aparecía su cabeza joven,
surgiendo entre la espuma de la historia.
Oh fuerza que fue fiel.
El búho por tercera vez golpea
en la puerta sagrada y suena el chapuzón
de los que nacerán al otro lado,
apareciendo así, como él solía,
rompiendo superficies,
levantando los brazos en el aire.

José Luis Rey, de La fruta de los mudos (Visor, 2016)

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