lunes, 21 de agosto de 2017

Un cocodrilo (deambulación por un domingo)


Vendrán iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
F. G. LORCA

A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
J. GIL DE BIEDMA

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer.
J. L. BORGES


9:00
Nueve pájaros hay estrellados contra el engaño
color a lumbre de la ventana.
No van a encontrar nunca al guerrero
para esta luz desbordada sobre todo.

Las mañanas de los días de fiesta
tienen una belleza de muchacha al piano.
Muchacha perseguida por ojos de marfil,
por ojos de padre.
Hermosas y agotadas horas de domingo,
dientes negros de música,
cansados como balas en el desierto.

A lo lejos,
en los parques,
se enfría el último eslabón
de una farola a otra,
alguien despierta con pasto en los ojos,
alguien desata un perro que ha soñado con palomas.

Aquí arde todo. Se ven arder tejados
detrás de las persianas amarillas.
Un astro en llamas trae las canciones
de otro tiempo, canciones de camino
cuando la carretera se abría hecha excusa
y confundir ciudades era no salir nunca de ellas.
Verte soplar hormigas,
saber que el río nace allí abajo,
no cesa nunca ese labio en la piedra;
desde allí mana el frío de todo,
desde allí viene la muerte naciendo
como desde una madre enloquecida.

Detenernos en la ruina de aquella fábrica
levantada aún en mitad del bosque;
la verticalidad, la rebeldía
del cemento igual que un presagio de esta mañana
y los versos que acuden desde armarios heredados:

“Quizá no vaya más allá ser digno
que seguir mientras el bosque nos cerca”

Dos versos flacos pueden esperarte
la vida como dos ojos de perro a las tumbas.

Pero es hora también de abandonar
las sábanas -alargadas- como un reptil mirando.
Encender la leyenda que hablan el fuego y el trigo,
describir el color y la extrañeza
de la pesadilla que se diluye dentro del café,
trazar los planes rojos de la tarde,
cuando encerremos la cerveza y haya estragos,
confusiones y ganas de viajar hasta Egipto
para comprender la luz que intentaron apresar
con la cebada, aquel segundo que lo cambiaba todo.

Comprender que el origen es el Nilo,
esa cicatriz de agua recordándonos
que allí mojaron sus pies los amantes
y bebieron esta misma cerveza,
que allí la traición es una merienda
y un chapoteo de brazos desmembrándose,
que nada se perdona en el Nilo
porque el río conoce nuestra historia
desde la primera casualidad
hasta este mediodía galopando,
una memoria sabe nuestra arcilla
y la de nuestras madres preguntando
a los astros en la plaza del pueblo
cómo serían sus hijos.
Debajo del trombón y las estrellas
nuestras madres jugando a tener hijos
valientes, con espaldas anchas y buenos dientes
para morder el misterio de las nueces
y los muslos de la vida,
así como sus madres sonreían
debajo del vestido a los hombres más altos
del baile, e inventaban letanías
que repetían hasta dar los hijos
que temblarían ante la traición
como un mendigo contando monedas dobladas.
Es así, simple como un agujero,
el mecanismo del deseo.
Hasta donde la vista nos alcanza
estamos regresando siempre,
somos los mismos que ya nacieron
y los tejidos que están comenzando
a heredar todas nuestras ambiciones,
el trozo de camino que va del fracaso al fracaso
y guarda en los cajones balas y panteras,
cartas y linternas,
semen y postales.
¿Qué madre en su pozo adolescente
me hubiese imaginado? ¿Quién querría
para alargar su sangre a un guerrero
de trapo que entreteje naderías?
Para las fieras de la felicidad
fui forjado y me pudro con mi ropa
frente a un mar de amenazas afilándose.
Hasta el verano me mira con dientes,
ni para el mar sirvo. Madre.

14:00
La niña de rodillas sucias ríe bajo el sol
y golpea dos veces su tambor de lata.


Está el párpado de todos cegándonos
sin clemencia ni bóvedas ni adarmes.
Lejos, al final de un túnel de lenguas hirviendo,
aguardan los abrazos y las sombras,
como un minero de luz, ya veo el descanso.

Las avenidas son los ríos que van a dar hasta el bar,
que es el beber.
Allí van los amigos
derechos a olvidarse
y consumir;
allí los hermanos grandes,
allí los otros casuales
y los conocidos,
y llegados, somos iguales
lo que bebo por sus ojos
y los míos.

En la lealtad somos, del amigo venimos.
Porque morir también es ir olvidando
las líneas que nos forman, las miserias mal cosidas,
los tragos al espíritu,
hasta que perdonamos nuestra vida
en la vida de los otros.
Del amigo venimos,
del brazo de madera que flota en el lodo
con una persistencia ancestral,
de los labios pegados que ya no preguntan
porque hace tiempo que somos el hueco
donde había un secreto.
La amistad es redonda y simple como una ubre,
fiel, como un cuchillo bajo la almohada.
Al final de este túnel de azafrán
están los amigos con sus mil costados
abiertos, vertiendo una leche mansa
en la nuca de los hijos que empiezan.
Un amor cardinal que los levanta
y les sacude la ropa.
Un amor de martillos y de flores
para aprender las buenas palabras.
Un amor como pozos escondidos
donde flotan tragedias azules,
donde persisten las sienes cubiertas
por la leyenda y la verdina.

Sólo sabemos ser en los otros,
en su caudal sin rostro.
Un amigo es la voz que reconoces
sin asombro en mitad de la tormenta
y te abrocha el botón por el que asoman
los diez rinocerontes de la lástima.
Es el libro que ha quedado tras el incendio,
es el desorden contra la tristeza.


18:00
Como el hilo de baba interminable de las promesas
están las seis trompetas ordenadas sobre la tarde,

buscando con sus cuernos dorados
el vientre blando de las verdades,
la flor de ron en los labios,
el príncipe con piano del silencio.
Fraternales y lentos como los osos que persiguen moscas
jóvenes
estamos bajo los vértices.
Contadme quién soy mientras aún suena
la última nota del acordeón,
decidme con cuántas máscaras os he mirado todo este
tiempo,
poned entre mis manos la hoja ancha
del espejo al que nunca me he asomado
y cerrádmelas hasta que veáis
en mis ojos que lo he comprendido todo.
Dejadme aquí y a las piedras,
marchad con los bolsillos llenos de certidumbres,
cuando lleguéis a casa sabréis que la verdad
es una jaula abierta
y querréis abrir las ventanas para que todo vuelva a los
lugares,
querréis dormir alguna noche
sin tener que mirar esos armarios
por los que asoma una manga que os llama.
Comprenderéis que el miedo son las camas
que el insomnio deshace,
que las bocas de la noche son puertas
mal cerradas,
que dentro del armario nos saludan
los cuerpos que seremos esta semana.
Contadme quién soy,
dejadme aquí y a las piedras y a las máscaras.

22:00
Las noches de los días de fiesta
siempre tienen a diez padres que tiemblan
y buscan a diez hijas que han huido.

Vuelve a oler a limpio y a farolas despiertas
bajo las horas cilíndricas,
he oído un zumbido de tambores
y el calambre de bronce que precede a las campanas.
He visto luces de puerto en tus ojos
y la maroma que me ata los pasos
dejando un hilo de escamas secas
debajo de las plantas.
Se conocen mejor las horas cruciales
que los oficios propios,
se conocen mejor las vidas ajenas,
las tres raíces donde se levantan las historias,
las sombras mejor que los cuerpos.
No sabré nunca quién soy,
sabré que amé los símbolos
y fui amado en los huecos que dejo,
que amé sólo la turbia visión
de quien está tendido junto a mí
y fui amado como una piedra viva,
que alguien me imaginó con un temblor adolescente
y yo sueño el abanico azul que espanta a las iguanas.
No sabré nunca quién soy si esta noche
no te mueres conmigo,
si una electricidad no nos devuelve,
si no sabes que los lugares
son sólo los huesos que un nombre deja
y que tienes debajo de la lengua
el gallo roto de una veleta:
puede ser el amor esta torpeza
de creer en el árbol que señalas,
de regresar a la casa que me digas.

0:00
Para las doce fieras de la dicha
me imaginaron, para estos domingos
hermosos como la timidez
y las primeras notas.

Siempre, todas las noches, acabo igual;
agotándome frente a las pantallas,
inventando el descanso que merezcan
los cuatro trazos que me componen,
-como si la felicidad fuese una espalda encorvada
y una boca reseca que dice perra vida
persiguiendo a la hormiga que camina
encima de esta línea para partirse.

Alguien que no soy yo se levanta,
cruza los cuartos,
va a las fronteras,
le crece una horizontalidad
junto al fémur y las costillas.
Pronto soñará desde otras regiones
que el poema se sigue terminando
en la habitación de al lado,
escuchará el teclado y su música favorita,
escuchará romperse el lápiz,
le darán frío los últimos versos
y un caracol le mojará los párpados.
¿Quién es ese que no soy yo y con mi cuerpo está
durmiendo?
No sabe aún que su sitio está aquí.
Aguardo mi regreso,
me dejo creer que duermo,
me dejo ser la arista blanda de alguna hondura.
Aún puedo creer
–esperanza satélite de la destrucción–
que también soy ese que me está soñando,
que soy el mismo que amaneció en la cuna de un ángulo
y ha roto sus zapatos sobre la hierba
de este día.
Aún puedo creer que la vida
me ha atravesado con un segundero de plata
y el cansancio me ha puesto un elefante en cada ojo.
Aún puedo creer en esa casa y en ese árbol,
en el desordenado idioma de los brazos y el vino,
en los siglos que nos aman hasta la repetición.
Puedo creer en el agua y su encía sobre mi torso,
en el secreto que respira bajo los vestidos,
en la ciudad y en el nombre de hoy.
Creo en los amigos que miran y miran,
en mis padres y mis hermanos que me llaman
desde un mar que les corta por la cintura.

Has llegado hasta aquí. Te sientas sobre nuestras rodillas,
meneas la cabeza, hojeas, dices “no”
y tachas dos o tres versos que te dejan los dedos azules.
Dices “no” y arrugas las cejas cursivas.
Dices “no” con los puños mayúsculos.
Dices “no” con la calva planetaria.

“Es hora de dormir, muchacho”

y me levantas de la silla como en aquel poema de
Biedma
para ir hasta el infierno juntos
y dar los corazones rotos al cocodrilo que aguarda.

no he sido feliz
si no fueses tan puta
no he sido feliz
a tientas cruzamos el piso
torpemente abrazados
un glacial nos arrastra
eres el poeta
eres el poeta
eres el poeta

“Es hora de dormir, muchacho”

Mañana, con el corazón nuevo,
terminaremos el poema que no ha existido nunca.
–Con el corazón nuevo, muchacho que somos–
el poema que no acabará nunca.

Iván Onia Valero
de El Decapitado de Ashton (Ediciones de La Isla de Siltolá, 2016) 
Cuadro de Cristina Martos Vela

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