miércoles, 15 de noviembre de 2017

Caballos funerales


El bisílabo adiós, como una fosa, es un recipiente rodeado de flores impropias y hierbas incalificables. Palabra hueca y de bronce en donde caben cubos de lágrimas; donde cabe la jauría muda del absurdo con sus cabezas mitológicas; donde cabe la pesadumbre con todos sus caballos viejos, uno tras otro, orantes, funerales. Es un despropósito de proyectos enviudecidos, de guiñapos de felicidad turbia de amenazas cumplidas, un depósito de la esperanza con sus pequeños, adorables muertos. Búcaro donde se sumergen las canas en silencio, como se sumen en su edad los insignificantes, semana a semana. El bisílabo adiós, como un invierno, aleja los pájaros y nieva toda la tarde y toda la noche y, al amanecer, la calle hiede a tristeza bamboleante.

Sea lo que sea lo que despedimos, nunca se dice adiós a nada más serio que la vida. Todo adiós es como un responso donde el cadáver participa en las letanías, pasando cuentas, sumiso y ritual. Es la lluvia increíble que moja la cara del mundo, la música enferma que abrasa la vida como una universal traición. Van caravanas de generaciones bajo una estrella que se llama adiós. Baja la estrella a los andenes, a los aeropuertos a las pensiones alquiladas por última vez. Y todo desvaría, perplejo, ante el vasto fenómeno que resquebraja a la alegría como en una familia incide una desgracia.

Bisílabo boreal, suave palabra tempestuosa: a veces te he empujado por mi garganta con la delicadeza que tenemos los neurasténicos, con la atroz cortesía de los irreparables solitarios. Te odiaba sin embargo, oh bronce vacío de clemencia, te odiaba desde mi pasado cuarteado, te aborrecía desde mis nietos, desde los próximos pobladores del mundo. Tú me negabas con tu presencia cósmica; yo te negaba con mi desconcierto, mi miedo, mi rencor. Es una enemistad inmemorial como el texto de un incunable. Pero te pronunciamos cortésmente, como aquellos que dejan de temblar segundos antes de ser fusilados: fuertes una vez y huérfanos del todo. Oh bisílabo adiós, eres violento e inexplicable como la crueldad, y el tiempo que no puede contigo, porque el tiempo eres tú. A ti, Guiomar, esta nostalgia mía.

Félix Grande

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