sábado, 17 de marzo de 2018

Con los zapatos puestos tengo que morir


Será en ese momento cuando los caballos sin ojos se desgarren las tibias contra los hierros en punta de una valla de sillas indignadas junto a los adoquines de cualquier calle recién absorta en la locura.
Vuelvo a cagarme por última vez en todos vuestros muertos en este mismo instante, en que las armaduras se desploman en la casa del rey, en que los hombres más ilustres se miran a las ingles sin encontrar en ellas la solución a las desesperadas órdenes de la sangre.
Antonio se rebela contra la agonía de su padrastro moribundo.
Tu eres el responsable de que el yodo haga llegar al cielo el grito de las bocas sin dientes, de las bocas abiertas por el odio instantáneo de un revólver o un sable.
Yo sólo contaba con dos encías para bendecirte, pero ahora en mi cuerpo han estallado 27 para vomitar en tu garganta y hacerte más difíciles los estertores.
¿No hay quien se atreva a arrancarme de un manotazo las vendas de estas heridas y a saltarme los ojos con los dedos?
Nadie sería tan buen amigo mío, nadie sabría que así se escupe a Dios en las nubes ni que las mujeres recién paridas claman en su favor sobre el vaho descompuesto de las aguas mientras que alguien disfrazado de luz rocía de dinamita las mieses y los rebaños.

En ti reconocemos a Arturo.

Ira desde la aguja de los pararrayos hasta las uñas más rencorosas de las patas traseras de cualquier piojo agonizante entre las púas de un peine hallado al atardecer en un basurero.
Ira secreta en el pico del grajo que desentierra las pupilas sin mundo de los cadáveres.
Aquella mano se rebela contra la frente tiernísima de la que le hizo comprender el agrado que siente un niño al ser circuncidado por su cocinera con un vidrio roto.
Acércate y sabrás la alegría recóndita que siente el palo que se parte contra el hueso que sirve de tapa a tus ideas difuntas.
Ira hasta en los hilos más miserables de un pañuelo descuartizado por las ratas.
Hoy sí que nos importa saber a cuántos estamos hoy.

Rafael Alberti

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