lunes, 4 de diciembre de 2017

Mi casa parece una zapatería ruinosa


¡Ay de tanto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos!
CÉSAR VALLEJO

¡Ay de tanto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos!
de mis zapatos, pobres y sonrientes al cabo,
trasquilados, lluviosos, sedientos de qué. Al fin.
Su dueño los mira como a viejos cachorros que gimen kilométricamente
-a lo largo y a lo largo- pero aún no aprendieron a ladrar ni a
quejarse de esta ruta o de aquel charco.

Por eso los mira, como amando lo que nunca va a tirar.
Son de él, suyísimos, igual que el brazo corresponde a la clavícula,
al tenedor y al manzano, los zapatos son de las distancias que los
han traído a este museo del presente.
Pertenecen al voyeur que se relame de puro patrimonio, diariamente.
Suyos hasta que no queden una mañana y venga a echarles su pan
-esa rutina que fue bella por simple-
y lo saluden unos dedos blancamente sucios. Quedando al filo de
la cama, como quien observa un hormiguero en mayo y admite
la necesidad de la muerte, o un cambio de la luz sobre la casa,
mientras busca con el pie ese tacto familiar de los zapatos viejos y
encuentra sólo el final de una época o de un camino.

Iván Onia Valero, de Paseando a Míster O (Asociación Noctiluca, 2017)

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